Crónicas I
Author: Dekadencia Sonora
¡¡Ostia!! Las cinco y media. Me cago en dios! El despertador no habia sonado. Como el rayo me vestí, recogí los macutos y, con la impaciencia de quien da un aviso de bomba, llamé al de la lista de invitados: tío, espérate que no llego, tronco. ¡Ya tenías que estar aquí, aligera! Mi 49 cc respondió en esa fría mañana en la que no se veían ni los barrenderos por las calles. Cortaba el viento a lomos de la duchante y yo pensaba en tantos momentos esperando aquel día y en ahorcarme si no lograba llegar a tiempo. La rotonda del barrio me tranquilizó un poco. Allí estaban todos y no era yo el único que llegaba tarde, uno con una camiseta de The Kagas apareció dando voces. !¡A ver, ¿yo donde voy?!¡ Tu, el de la lista, yo con el nota ese, lo quiero aquí cerca! Aquella voz me tranquilizó por completo, pero también me hizo darme cuenta de que no sabía cual era mi sitio. El de la lista estaba muy liao intentando colocar a la gente y uno me dijo que me fuera en el autobús de los epilépticos, pero al final el de la lista ocupó mi lugar y yo ingresé como miembro tardío en el papamóvil, porque eso era lo que llevábamos de camino a Murcia, una cantimplora con ruedas. Lo de epilépticos era por los tiritones que pegaban a esas horas de la mañana. Tenía que haberme ido con ellos en aquel maravilloso autobús de dos plantas y no como fui, en conserva. Al menos eso fue lo que pensaron mis piernas durante la primera media hora de camino, hasta que oí decir a alguien: dame el mechero, y empecé a respirar el ambiente de festival. Se echaba de menos al de la lista con su típico cojincillo por aquellos lares.
El sol nos recibía cada vez con más intensidad y yo empezaba a acordarme de un grupillo de Gasteiz que faltaría al evento por problemas familiares y de la gran decepción que todos habíamos sentido al saber que no tocarían ni ellos, ni la tan esperada Banda Bassoti, censurada vílmente por el ayuntamiento de Puerto Lumbreras ante la insistencia de la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Razones estúpidas y de índole totalmente fascista propiciaron que los italianos se cayeran del cartel y que la décima edición del Lumbreras Rock Festival se celebrara cien kilómetros al norte, en Yéchar, pedanía de Mula. Lendakaris también sufrieron el intento de censura pero al final se mantendrían. Quedaban Los Muertos, ese grupo de la infancia del que todos nos sabemos las canciones y que lleva surcando carreteras más de veinte años. Era, a priori, una de las grandes citas del festival; festival que contaba en su haber con cincuenta de las más grandes bandas de este país e internacionales en lo que a punk y rock se refiere. También cabía algo de metal (Koma, Hamlet, Ktulu), ska-reggae (Potato, Skalariak). Y por supuesto, Piperrak. La gran incógnita, sin embargo, era la ubicación y condiciones del recinto. Y, como se esperaba tras ver las fotos que la organización había puesto en la web, el lugar era un poco..., digamos que destartalao; un descampado entre dos carreteras comarcales. El campo de fútbol, sin gradas ni ná, en el que se hacían los conciertos, quedaba junto a la carretera principal por la que llegaban todos los autobuses, coches, gente a pie.
Nuestra lata se paró junto a un típico barecillo dominguero reconvertido en una barra para los punkis; hay que ver lo que hace el turismo. Cargados con los bártulos nos dirigimos hacia la zona de acampada, que a esas alturas estaba casi completa, dejando la taquilla atrás puesto que el de la lista se ocupaba de nuestras entradas, solamente tendríamos que recoger la pulsera y pa´dentro.
Yo, además, tenía la tienda montada gracias a los que se fueron el dia de antes. Dejé mis cosas bien puestas, me encendí el primer pitillo y miré a mi alrededor: un murmullo de gente que no sabía donde acampar me desconcertó por completo. Pensé que no cabría tantísima gente dentro del campo de fútbol -lo de la acampada ya era por descontao- y entre la marabunta que llegaba estaban todos los que habían venido con nosotros desde Montilla sin saber muy bien donde aposentarse. Este fue el mejor momento, cuando empezaron a ocupar un campo de albarillos que quedaba al otro lado de la carretera que encerraba la acampada. Cuatro o cinco hileras de estos árboles que la gente utilizaba como sombra durante el dia pero a los que era un poco complicado llegar si, de noche, ibas un poco tarumba. La parte sur del recinto quedaba cortada por una rave de skinetes y skinetas, como dice un colega, aunque el camino seguía su curso normal. La parte norte, por una calle en cuesta por la que se iba a dos raves más: la del martillo machacón subiendo, y un improvisado bareto punki bajando. Entre esta barra y el campo de fútbol quedaba la zona más higiénica del festival, los diez servicios y ocho duchas que se instalaron, para unas diez mil personas, acabaron siendo a las pocas horas de festival un estercolero móvil. Supongo que por esa razón, aquél que vendía los parches en la puerta de las duchas y que propagaba el catalán a diestro y siniestro, se mudó al dia siguiente a la valla de al lado.
El sol nos recibía cada vez con más intensidad y yo empezaba a acordarme de un grupillo de Gasteiz que faltaría al evento por problemas familiares y de la gran decepción que todos habíamos sentido al saber que no tocarían ni ellos, ni la tan esperada Banda Bassoti, censurada vílmente por el ayuntamiento de Puerto Lumbreras ante la insistencia de la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Razones estúpidas y de índole totalmente fascista propiciaron que los italianos se cayeran del cartel y que la décima edición del Lumbreras Rock Festival se celebrara cien kilómetros al norte, en Yéchar, pedanía de Mula. Lendakaris también sufrieron el intento de censura pero al final se mantendrían. Quedaban Los Muertos, ese grupo de la infancia del que todos nos sabemos las canciones y que lleva surcando carreteras más de veinte años. Era, a priori, una de las grandes citas del festival; festival que contaba en su haber con cincuenta de las más grandes bandas de este país e internacionales en lo que a punk y rock se refiere. También cabía algo de metal (Koma, Hamlet, Ktulu), ska-reggae (Potato, Skalariak). Y por supuesto, Piperrak. La gran incógnita, sin embargo, era la ubicación y condiciones del recinto. Y, como se esperaba tras ver las fotos que la organización había puesto en la web, el lugar era un poco..., digamos que destartalao; un descampado entre dos carreteras comarcales. El campo de fútbol, sin gradas ni ná, en el que se hacían los conciertos, quedaba junto a la carretera principal por la que llegaban todos los autobuses, coches, gente a pie.
Nuestra lata se paró junto a un típico barecillo dominguero reconvertido en una barra para los punkis; hay que ver lo que hace el turismo. Cargados con los bártulos nos dirigimos hacia la zona de acampada, que a esas alturas estaba casi completa, dejando la taquilla atrás puesto que el de la lista se ocupaba de nuestras entradas, solamente tendríamos que recoger la pulsera y pa´dentro.
Yo, además, tenía la tienda montada gracias a los que se fueron el dia de antes. Dejé mis cosas bien puestas, me encendí el primer pitillo y miré a mi alrededor: un murmullo de gente que no sabía donde acampar me desconcertó por completo. Pensé que no cabría tantísima gente dentro del campo de fútbol -lo de la acampada ya era por descontao- y entre la marabunta que llegaba estaban todos los que habían venido con nosotros desde Montilla sin saber muy bien donde aposentarse. Este fue el mejor momento, cuando empezaron a ocupar un campo de albarillos que quedaba al otro lado de la carretera que encerraba la acampada. Cuatro o cinco hileras de estos árboles que la gente utilizaba como sombra durante el dia pero a los que era un poco complicado llegar si, de noche, ibas un poco tarumba. La parte sur del recinto quedaba cortada por una rave de skinetes y skinetas, como dice un colega, aunque el camino seguía su curso normal. La parte norte, por una calle en cuesta por la que se iba a dos raves más: la del martillo machacón subiendo, y un improvisado bareto punki bajando. Entre esta barra y el campo de fútbol quedaba la zona más higiénica del festival, los diez servicios y ocho duchas que se instalaron, para unas diez mil personas, acabaron siendo a las pocas horas de festival un estercolero móvil. Supongo que por esa razón, aquél que vendía los parches en la puerta de las duchas y que propagaba el catalán a diestro y siniestro, se mudó al dia siguiente a la valla de al lado.
La cuestión era que el festival estaba ya empezado cuando llegamos, Desconfianza Mutua y A la púa ya habían tocado y estaba empezando la banda que tanta gente quería ver, Josu Distorsión. En el 2006 nos pasó con Envidia Kotxina y este año con Josu; tuve que abandonar la cola de la dichosa pulserita para poder verlos, volviendo a la acampada, en una de las esquinas de la pista de fútbol-sala que había junto a la barra de los hielos -la que había dentro del recinto-, en un montículo, allí sin distinguir ni siquiera la silueta del cantante, pero por lo menos escuché la de los lacasitos.
[continuará...]
Por: Dekadente & Joe Extrummer